Atrás
quedaron los tiempos en los que la masa indiferenciada del público
vernáculo recibía las noticias emitidas por la prensa periódica
como material fiable. En su obra clásica El
criterio
(1843), el P.
Jaime Balmes
ya alertaba al lector de los peligros generados por estos “hacedores”
de noticias; esta obra también invitaba al lector a discriminar
debidamente entre los conceptos de verdad
y
veracidad,
potencialmente antitéticos; en palabras de Balmes: “La
verdad y la veracidad son cosas muy diferentes: la verdad es la
conformidad del juicio con la cosa o palabra; la veracidad es la
conformidad de la palabra con el pensamiento. Está lloviendo, y
Pedro dice que llueve: en su proposición hay verdad, porque hay
conformidad con la cosa. Pedro lo dice y lo piensa así: hay acto de
veracidad. Llueve; Pedro no lo ha visto, cree que no llueve, y sin
embargo dice que llueve: en su palabra hay verdad, mas no veracidad.
No llueve; pero Pedro cree que llueve y así lo afirma: entonces hay
veracidad sin verdad. La verdad es a la veracidad lo que el error a
la mentira. Son cosas enteramente distintas, la una puede estar sin
la otra”.
Conviene traer a colación estos conceptos de verdad
y
veracidad,
pues de lo contrario no entenderemos nada de lo que está pasando a
nuestro alrededor. Noticias inexistentes, inventadas, de sucesos que
nunca tuvieron lugar o fueron sobredimensionados hasta lo
insospechado, irrumpen aparatosamente en los medios; otras, muy
reales (como la terrible persecución de los cristianos en el mundo a
manos del islamismo), son ninguneadas o simplemente silenciadas: no
son noticia, salvo de tarde en tarde, y en unas dosis homeopáticas.
Por
su propia naturaleza instrumental y envilecida, el periodismo siempre
ha apuntado muy bajo, y esta tendencia no podía pasar inadvertida a
los espíritus más despiertos (el P. Balmes, también él
periodista, sólo fue uno de los primeros espíritus alerta en
denunciarlo). Mas en nuestros días, inmersos en el siglo XXI, todos
los vicios y defectos del periodismo se han acentuado sobremanera
(exceptuando, eso sí, a los pocos medios periodísticos de tendencia
honrada y objetiva que van quedando, y que en una muestra de valentía
y legalidad meritoria, no han sucumbido a la dictadura
masónico-globalista que dirige desde arriba el Cuarto Poder).
En
una de sus jugosas conferencias apologéticas (publicada en Los
Peligros de la Fe en los actuales tiempos,
1905), el P.
Ramón Ruiz Amado
imputó al periodismo tres caracteres que lo hacían bien
distinguible de cualquier otro género literario, a saber: 1) la
condición de los escritores; 2) la disposición de los lectores; y
3) los designios de ciertas empresas periodísticas. Estos caracteres
se mantienen estables. Pero vayamos por partes:
1)
La
condición del periodista-escritor:
el trato diario con las más graves cuestiones supondría, para su
digno abordaje y comprensiva explicación, profundos conocimientos de
las más variadas parcelas del saber, tales como el derecho, la
política, la economía, la jurisprudencia, la historia o la
religión. Pero, ¿qué periodista devenido lacayo del sistema goza
de tal preparación en nuestros días? La reflexión serena, el recto
juicio crítico fruto del frecuente contraste de fuentes, la sabia
hondura de pensamiento, por ende, rara vez acompañan a los
periodistas de oficio, habitualmente plumíferos inconsistentes o
cacógrafos sin aspiraciones reales por conocer la verdad, tal y como
minuto a minuto nos confirma la prosaica realidad: medios de
desinformación masiva, manipuladores con oscuros propósitos,
testaferros avezados de las más modernas técnicas de lavado de
cerebro, profesionales del doble discurso, de la ambigüedad, del
discurso de la demonización del adversario, en fin, del monopolio de
la mentira oficial al precio que sea. La carrera del periodista y su
porvenir en la profesión se presentan de este modo bajo dos banderas
antagónicas: o la sumisión al sistema o, por el contrario, el
ostracismo y la marginación. En esta tesitura, bien se puede afirmar
que el genuino y legítimo periodismo sólo puede hacerse desde la
disidencia.
2)
La
disposición de los lectores,
que a fin de cuentas no será otra que la que el sistema inocule en
el cuerpo social a través de sus maniobras de desinformación, con
un incremento progresivo de la debilitación
del juicio;
de este gran problema ya advirtió en su día el filósofo e
historiador holandés Johan
Huizinga
en el más crepuscular y amargo de sus libros (Entre
las sombras del mañana,
1935), donde podemos leer un fragmento como el siguiente: “En
nuestra vida colectiva actual abundan síntomas inquietantes, que
podríamos englobar bajo el nombre de “debilitación del juicio”.
¡Gran desengaño éste! Jamás en toda la historia ha estado el
mundo mejor informado de sí mismo, de su índole y de sus
posibilidades. Nuestros conocimientos son mucho más objetivos y
sustanciosos […] El ser humano se conoce a sí mismo y su mundo
mejor que nunca. Positivamente el hombre se ha vuelto más juicioso.
Más intensamente juicioso, por cuanto el espíritu ahonda más en la
coherencia y en el estado de las cosas; más extensamente juicioso,
por cuanto sus conocimientos se extienden uniformemente sobre un
territorio mucho mayor. Pero, ante todo, es ya muy grande el número
de personas que poseen cierto grado considerable de conocimientos. La
sociedad, tomada como ejemplo abstracto, se conoce a sí misma. El
“conócete a ti mismo” ha valido siempre como la quintaesencia de
la sabiduría. Así, pues, parecería irrefutable la conclusión de
que el mundo ha ganado en cordura. […] Estamos mejor informados. Y,
sin embargo, nunca como hoy la necedad ha celebrado tales orgías en
todo el mundo, la necedad en todas sus formas, la baladí y la
ridícula, la malvada y la perniciosa. Ahora la necedad no sería ya
tema de discusión graciosa y sonriente para un humanista de nobles
pensamientos y graves preocupaciones, como Erasmo. La infinita locura
de nuestro tiempo debe ser observada como una enfermedad; hay que
descubrir sus síntomas desapasionada y objetivamente; hay que buscar
la índole del mal y, al fin, encontrar medios para su curación”.
Esta debilitación del juicio referida por Huizinga nos sume en una
preocupante coyuntura: ¿cómo reaccionar ante esta agresión
planificada? ¿Cómo parar el golpe? En un deseable supuesto, el
lector más competente sería pues aquel que más serios esfuerzos
hiciese por informarse bien (léase contrastando las más diversas
fuentes, con un cierto afán de encontrar la verdad allí donde en
apariencia sólo hay veracidad). Ni que decir tiene que este tipo de
lector es el más anómalo, y que el grueso del público acostumbra
conformarse con el primer enfoque periodístico que le sale al
encuentro (preferiblemente vía televisión o Internet).
3)
Los
designios de ciertas empresas periodísticas:
dichos designios, insertos en las redes del tráfico de influencias
del Nuevo Orden Mundial, no son sino los mismos planes del discurso
globalista imperante, planes a los que los grandes medios se adhieren
con sumisa complacencia. En palabras de la periodista disidente
Cristina
Martín Jiménez,
autora del libro Perdidos
(2013): “La
libertad de prensa es a la democracia lo que el agua es al árbol.
Este no puede vivir ni crecer correctamente sin ella. […] Más
bien, el cuarto poder se ha rendido al llamado quinto
poder,
al fáctico, al invisible. Este usa los medios de comunicación
social, la publicidad, el cine, el arte y a los famosos o
celebrities,
sean estos conscientes o no, como eficaces herramientas
propagandísticas para persuadir sutilmente a la opinión pública
según sus intereses. Paradójicamente, en la llamada sociedad de la
información es más difícil que nunca estar informados y eso
provoca el punto de ruptura con lo real, la causa por la que las
personas están perdidas”.
Vemos
pues cómo periodismo y desinformación van de la mano en tan
tenebroso proyecto de dominación sionista global. En manos del
lector está protegerse de tamaña amenaza, pues los peligros que
acechan en este sentido al español y a España son, no ya enormes,
sino indescriptibles.
José
Antonio Bielsa Arbiol
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