La enseñanza irreligiosa es contraria a las relaciones
trascendentales del hombre y, por lo tanto, al hombre mismo.
VÁZQUEZ DE MELLA
Cuestión candente aunque ya
vieja, mas no desgastada, en estos tiempos de libertinaje y pecado
maximizados, es ésa del laicismo en el sistema educativo español.
Cuestión también polémica, sí, pero cardinal para comprender la
deriva autodestructiva hacia la que se encamina nuestra patria,
España.
El docto pedagogo P.
Ramón Ruiz Amado, S. J.,
en su esclarecido libro de conferencias intitulado Los
Peligros de la Fe en los actuales tiempos
(1905), alertaba de dos tipos de laicismo en la educación,
invariablemente nefastos para el cultivo integral y la formación del
hombre, a saber:
1)
El laicismo
positivo (o
la escuela
contra Dios),
de carácter directamente blasfemo e impío, “que
-en palabras del autor- educa
a los niños en el odio a los ministros del Señor, en el escarnio de
las cosas santas, en el desprecio satánico del mismo Criador”;
y
2)
El laicismo
negativo (o
la escuela
sin Dios),
fundado en una tibieza enclenque y miserable, puesto “que
-al decir de Ruiz Amado- no
enseña a aborrecer a Dios, pero tampoco enseña a amarle; que no
predica el odio al sacerdote, pero no le infunde la veneración
debida; que no reniega manifiestamente del Cristianismo, pero no se
preocupa por formar en el corazón del educando, los sentimientos
cristianos” (p.
137).
Leídas y asimiladas estas
definiciones, y a ciento trece años de su impresión, uno se
estremece al comprobar qué distantes quedan los tiempos del
benemérito P. Ruiz
Amado de los
nuestros: en poco más de un siglo, España ha dado la espalda a este
tipo de graves cuestiones, que cree estimar “superadas”. Escuelas
públicas, pero también concertadas e incluso privadas de signo
religioso, unas en mayor grado que otras, caminan en la misma
dirección: el borrado definitivo de Dios Trino del humano horizonte,
en un Estado que se dice aconfesional, pero que a efectos prácticos
nada tiene que envidiar a los laboratorios laicistas más tenebrosos,
de los que la antaño católica Francia es hoy tristísimo ejemplo.
La amenaza laicista, en
cualquier caso, presupone una gran amenaza a la libertad del hombre,
por cuanto implica las siguientes lacras, en cuyas trampas
totalitarias la multitud ciega e inculta está cayendo:
a)
La educación
laicista rebaja la dignidad del hombre dotado de un alma inmortal que
perfeccionar y salvar, a la escala del animal bípedo privado de
ésta, aferrado a sus limitaciones corporales, instintivas o
meramente bestiales.
b)
La educación
laicista fija sus fines en la(s) inteligencia(s) del sujeto, al
tiempo que omite de su plan el sano cultivo de la voluntad y el
corazón humano; ¿acaso podría bien-formarse el corazón del niño
con una educación sin Dios?
c)
La educación
laicista apela a la razón (llenándose la boca “en nombre de la
razón”), mas incurriendo en toda clase de atropellos e imposturas
contra la mismísima razón, de modo que su presunto racionalismo es
poco menos que un impulso irracional salido de su ignorantismo
sectario y cristófobo.
d)
La educación
laicista niega a Dios para así humillar al hombre, depreciándolo
cual nulidad accesoria, tabla rasa no creada por Dios y para Dios,
sino para los fines depredadores del Estado.
e)
La educación
laicista destruye lenta pero inexorablemente los principios de
solidaridad propios de la Verdad Católica, creando a lo sumo una
multitud enajenada de resentidos, ególatras y abandonados a su
suerte. La negación de Dios conlleva a su vez la negación del alma
humana, la negación de la familia con todos sus vínculos naturales,
la negación de la patria como unidad soberana plena de sentido, la
negación en suma de la prístina realidad misma.
f)
La educación
laicista atenta contra el libre albedrío del hombre, perdiendo las
almas en las tinieblas del determinismo animal o las conductas
predeterminadas impuestas por el sistema manipulador a partir de las
éticas ateas de temporada (la voluntad como árbitro de nuestras
acciones deliberadas pasa a quedar alienada en las coyunturas
laicistas dominantes).
g)
La educación
laicista no educa para la obediencia sino para la grosera libertad.
Al abolir el principio jerárquico del plan educativo, al fomentar el
burdo relativismo del “todo sin Dios”, la educación laicista
dinamita la Ley Eterna y con ella los cimientos del Derecho Natural,
emanados de dicha Ley.
h) La
educación laicista, en consecuencia, no educar para la verdadera
Libertad, sino para el servilismo, entendiendo dicho servilismo como
real servidumbre y sumisión hacia lo contingente e inferior.
i)
La educación
laicista, en fin, es un instrumento utilísimo del Maligno para
condenar al fuego eterno al mayor número posible de almas, masa de
perdición.
El laicismo educativo de
nuestros días, harto radicalizado, implica una clara mixtura de
laicismo positivo y
laicismo negativo:
la escuela sin Dios
convive con la
escuela contra Dios.
Por ende, el dualismo laicista analizado por el P.
Ruiz Amado ha
quedado, de este modo, superado y atravesado por un laicismo radical
propicio para la destrucción del pueblo español (en base a su
apostasía social, desencadenada tras las previas agresiones
laicistas).
Como podemos vislumbrar, el
laicismo en la educación no es tanto una garantía como un
menoscabo, un triunfo como una trampa, una conquista cuanto un
retroceso. Conviene decirlo alto y claro: el laicismo en la educación
es una amenaza a la libertad, puesto que como ya dijo nuestro llorado
maestro, “la
enseñanza irreligiosa es contraria a las relaciones trascendentales
del hombre y, por lo tanto, al hombre mismo”
(Mella).
José Antonio Bielsa Arbiol
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